domingo, 3 de enero de 2010

EL DESPLOME DE LA REPÚBLICA. Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez.


Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez, El desplome de la República: la verdadera histora del final de la Guerra Civil, Crítica, 2009, 592 págs. y un CD con un anexo documental. 35 euros.
DE LA LEYENDA NEGRA DE NEGRÍN A LA DE CASADO: acotaciones a la tragedia y pormenores de la agonía que constituyeron los últimos meses de existencia de la Segunda República española.
La mejor forma de conmemorar los 70 años del final de la guerra civil consistía en publicar ensayos que supusieran alguna innovación, tanto por el análisis de los acontecimientos como por la aportación de datos nuevos. En este sentido, este trabajo será recordado por el enorme flujo de datos aportados no sólo en el contenido del texto impreso sino en un CD que incluye más de dos megas de textos, en gran parte desconocidos y cosechados en archivos del Partido Comunista español.
La importancia de ese anexo documental —en particular las dos versiones del informe del buró político del PCE a Stalin— merecerá cuidadosas valoraciones ya que no sólo afecta a la Guerra Civil sino al periodo de la alianza entre Hitler y Stalin.
En lo que se refiere a los análisis, los autores clarifican las complejas relaciones de Juan Negrín con el PC a la luz de los citados aportes documentales y de otras fuentes como el archivo Negrín en París. Otra de sus pretensiones consiste en demostrar la debilidad del PC español al final de la guerra. El trabajo ha sabido aprovechar también recientes ediciones de testimonios como el de Stoyan Minev (“Stepanov”), las memorias restauradas de Cordón —a cargo del propio Viñas— la monumental edición de las memorias de Azaña a cargo de Santos Juliá, entre otros.
Los autores juegan con las cartas boca arriba y manifiestan sus filias –Juan Negrín, al que comparan con De Gaulle y Churchill, nada menos, y al que califican de grand seigneur— y sus fobias: la historiografía franquista, Casado, el Consejo Nacional de Defensa, Besteiro y… Stanley Payne. Toda la estructura de la obra se realiza de una forma negativa y reactiva: no se trata tanto de afirmar como de desmentir, corregir, replicar e impugnar.
Por otra parte, los autores no han pretendido reconstruir el final de la Guerra —se remiten al trabajo de Ángel Bahamonde y Javier Cervera Así terminó la guerra de España, Marcial Pons, 1999. Se dedican, más bien, a reducir a añicos la leyenda negra de Negrín, labor de rectificación en la que está empeñado Viñas desde los albores de su ya extensa bibliografía, y en que le acompañan los trabajos de Santiago Álvarez, Jackson, Miralles, Moradiellos, etc. Más discutible es su pretensión de explicar los sucesos del final de la Guerra cargando las tintas contra Azaña, Besteiro, Buiza, Martínez Barrio, el Consejo Nacional de Defensa y las naciones que reconocieron finalmente el gobierno de Franco. No se salva nadie, salvo Negrín, “a pesar de sus dos errores: su manejo de la Flota y su estrategia de jugar en solitario”. El peor parado resulta Casado, al que convierten en deus ex machina negativo, verdadero Iscariote de la Pasión de la República crucificada. Para subrayar mejor su supuesta perfidia, los autores han incluido la entrada “Casado, embustes” en el índice analítico, y califican al coronel de mendaz, y traidor. Literalmente escriben que “resolvió su problema personal precipitando una auténtica hecatombe” como si en lugar de tener que exilarse durante treinta años hubiese obtenido jugosos réditos. Los autores llegan incluso a imputarle la intención de entregar a Franco a los miembros del gobierno Negrín que “de haber caído en manos de Casado es más que probable que hubieran servido como moneda de cambio. Sobre el destino que les hubiera aguardado, no existe duda alguna”. Para hacer más odiosa esa imputación, recuerdan cómo la Gestapo entregó a Companys a los engranajes criminales de la justicia de Franco. Tampoco tienen empacho en calificar como “perro de presa” a Cipriano Mera o a “Stepanov”.
Dada la importancia que reservan a Casado —a cuya propia leyenda negra tanto viene a contribuir esta obra— no se entiende que los autores no nos aclaren en ocasiones cuál de las dos versiones de sus memorias utilizan, si las inglesas de 1939, o su manipulada versión española.
La abundancia de datos puede llegar a ocultar la información crucial. Los autores han analizado correctamente algunos episodios pero dejado de lado aspectos fundamentales, siendo el primero de ellos el protagonismo del miedo y la desinformación, aunque sí reconocen la capacidad de Negrín para desconcertar a los suyos con sus silencios. En 2009 quizá podamos especular sobre las intenciones del doctor en virtud de éste u otro papel, pero en 1939 el hermetismo de Negrín alimentó toda suerte de bulos.
Aciertan también Viñas y Hernández al considerar la trascendencia catastrófica que tuvo la dimisión de Azaña en su contexto y al destacar la importancia que tuvo la declaración del estado de guerra en la zona republicana, reforzando el poder militar.
Es excelente el índice analítico y muy interesantes las fotografías. Se echan en falta más epígrafes en los capítulos y un cuadro cronológico. Sólo un especialista bien informado de los antecedentes podrá exprimir todo el jugo de esta obra, y no pasarán de veinte las personas que realmente comprendan las grandes cualidades y los fallos —que no detallaremos aquí— de un trabajo destinado a ocupar un lugar relevante en la historiografía.
Está demostrado que la mejor forma de recrear una situación histórica consiste en tratar de ponerse en el lugar de sus protagonistas. ¿Cómo actuaron y en función de qué impulsos, de qué datos? ¿Qué sabían? ¿Qué creían saber?
Quisiera concluir con una afirmación optimista y es que estamos viviendo en los últimos años un cambio muy positivo en la ciencia histórica. La revolución tecnológica ha transformado en gran medida tanto el ámbito de la documentación como el de la difusión y publicación de los datos y ahora existe la posibilidad de consultar fuentes antes ocultas o de difícil acceso. En este sentido el trabajo de Viñas y Hernández confirma la idea básica de que las obras por venir acabarán pronto por dejar obsoletos todos los trabajos hasta ahora realizados.
Luis Español
La Aventura de la Historia, nº 135, enero 2010, págs. 68 y 69

AURELIO PÉREZ: EL NATURALISTA. Aurelio Pérez


Aurelio Pérez Gómez, Aurelio Pérez: el naturalista, Madrid, Fundacion FIDA, 2008. Existe reimpresión Madrid, Ed. Clan, 2009, 442 págs. 37,50 euros
LA MEMORIA VIVA DE UN MAESTRO DE LA CETRERÍA.
Las memorias de Aurelio Pérez (1935-2008) constituyen un libro ejemplar por muchos motivos como la sencillez en la expresión y la sinceridad que se traduce en la fluidez del discurso. Sin  pretensiones literarias, se limita esa obra a dar testimonio de una vida fuera de lo ordinario, es decir, extraordinaria.
Imagínense a un rapaz al que su padre da a elegir entre ser cura y ser pastor.
Como los curas no pueden casarse, el chico elige ser pastor; lleva yeguas y trae ovejas al alimón de la trashumancia; hace de jornalero para el Icona, durante las repoblaciones, y trabaja en la vendimia; hace la mili en tiempos en que la mili no era ninguna broma; emigra a Barcelona donde se dedica a trabajar de peón, abriendo zanjas, y luego a Madrid, de oficinista. Pasar de manejar ovejas a teclear una Olivetti no es precisamente algo habitual; indica ya una capacidad de adaptación notable ante los desafíos de la vida. Pero lo extraordinario viene después. Un tío suyo, controlador aéreo, le presenta a un joven dentista burgalés, maestro de cetrería, que está poniendo en pie el control de las aves del aeropuerto por medio de halcones: hablamos, claro está, de Félix Rodríguez de la Fuente.
Allí se inicia una estrecha colaboración de don Aurelio con el grandísimo Félix que sólo terminaría con la trágica muerte del segundo. Aurelio aprendió los rudimentos de la cetrería pero pronto superó a sus maestros y al cabo del tiempo consiguió auténticas proezas, criando águilas y enseñando a un alimoche cómo mediante una piedra se puede cascar un huevo de avestruz. Nos cuenta Aurelio detalles de su trabajo con Félix, revelando los intríngulis de la producción e hilvanándolo todo con el relato de algún disgusto y de grandísimas satisfacciones. La sinceridad de Aurelio le impide ocultar algunos recuerdos amargos, pero no importa: los millones de españolitos que nos hemos criado con la impresión en la retina de aquel águila llevándose por los aires a una cría de chivo, no queremos saber que todas las imágenes tienen truco, ni si el reparto se llevaba bien o mal con el director.
 
Precisamente, esa escena del águila se debe a Aurelio. A Félix le salió redonda aquella serie de El Hombre y la Tierra, la más internacional y exitosa de las que produjera jamás TVE. Félix además de naturalista, etólogo y comunicador fue sobre todo un jefe, con sus malas pulgas, sus peloteras, todo un carácter; pero un jefe, de esos a los que obedeces con gusto porque te transmiten seguridad: sabes dónde quieren llegar y qué quieren obtener. El libro de Aurelio, lejos de la vulgar lisonja hagiográfica tributa a la memoria de Félix la hermosa flor de la verdad.
Los capítulos del libro que tocan la España de las décadas de los cuarenta y cincuenta son particularmente interesantes como aquellos en que Aurelio proporciona detalles acerca de su infancia en un pueblecito de los de antes, con su tradicional matanza del cochino, y el pastoreo. Los pastores no suelen escribir libros, de ahí que el de Aurelio sea tan valioso. Es un libro lleno de sabor que nos habla de otra España, una España rural, una España real con sus muchas vueltas y entresijos, con sus marqueses y terratenientes, sus pobres, sus costumbres, su mies y los autobuses de la Camerana. [...] Mario Camus, que constituye junto a Garci y Armiñán la Santísima Trinidad del mejor cine, el cine de la sensibilidad, de la persona y de la melancolía. prologa el libro de Aurelio al que conoce desde el rodaje de Los Santos Inocentes. Y es que Aurelio era el naturalista, el hechicero más bien, que conseguía que la milana bonita se posara sobre el hombro de Paco Rabal.

Aurelio representa en su vitalidad las virtudes de las que se nutre el verdadero liberalismo. El liberalismo, para funcionar, necesita de esa actitud positiva, que consiste en buscar uno mismo salida a las dificultades de la vida. Y el padre del pensamiento ecológico moderno fue precisamente un gran liberal, Henry Thoreau, creador del concepto de resistencia pasiva, nada menos. La Naturaleza es diversidad y nadie puede comprenderla ni estudiarla si no abre su mente. Decidme en qué economía planificada podrías pasar de pastor a obrero y de oficinista a halconero y profesor de alimoches en una sola vida. Ese es, también, el ejemplo de Aurelio Pérez.
Luis Español Bouché
Versión resumida de "Homenaje a Aurelio Pérez" publicado el 5.2.2008 en Asturias Liberal