Ángel Viñas y Fernando Hernández Sánchez, El desplome de la República: la verdadera histora del final de la Guerra Civil, Crítica, 2009, 592 págs. y un CD con un anexo documental. 35 euros.
DE LA LEYENDA NEGRA DE NEGRÍN A LA DE CASADO: acotaciones a la tragedia y pormenores de la agonía que constituyeron los últimos meses de existencia de la Segunda República española.La mejor forma de conmemorar los 70 años del final de la guerra civil consistía en publicar ensayos que supusieran alguna innovación, tanto por el análisis de los acontecimientos como por la aportación de datos nuevos. En este sentido, este trabajo será recordado por el enorme flujo de datos aportados no sólo en el contenido del texto impreso sino en un CD que incluye más de dos megas de textos, en gran parte desconocidos y cosechados en archivos del Partido Comunista español.
La importancia de ese anexo documental —en particular las dos versiones del informe del buró político del PCE a Stalin— merecerá cuidadosas valoraciones ya que no sólo afecta a la Guerra Civil sino al periodo de la alianza entre Hitler y Stalin.
En lo que se refiere a los análisis, los autores clarifican las complejas relaciones de Juan Negrín con el PC a la luz de los citados aportes documentales y de otras fuentes como el archivo Negrín en París. Otra de sus pretensiones consiste en demostrar la debilidad del PC español al final de la guerra. El trabajo ha sabido aprovechar también recientes ediciones de testimonios como el de Stoyan Minev (“Stepanov”), las memorias restauradas de Cordón —a cargo del propio Viñas— la monumental edición de las memorias de Azaña a cargo de Santos Juliá, entre otros.
Los autores juegan con las cartas boca arriba y manifiestan sus filias –Juan Negrín, al que comparan con De Gaulle y Churchill, nada menos, y al que califican de grand seigneur— y sus fobias: la historiografía franquista, Casado, el Consejo Nacional de Defensa, Besteiro y… Stanley Payne. Toda la estructura de la obra se realiza de una forma negativa y reactiva: no se trata tanto de afirmar como de desmentir, corregir, replicar e impugnar.
Por otra parte, los autores no han pretendido reconstruir el final de la Guerra —se remiten al trabajo de Ángel Bahamonde y Javier Cervera Así terminó la guerra de España, Marcial Pons, 1999. Se dedican, más bien, a reducir a añicos la leyenda negra de Negrín, labor de rectificación en la que está empeñado Viñas desde los albores de su ya extensa bibliografía, y en que le acompañan los trabajos de Santiago Álvarez, Jackson, Miralles, Moradiellos, etc. Más discutible es su pretensión de explicar los sucesos del final de la Guerra cargando las tintas contra Azaña, Besteiro, Buiza, Martínez Barrio, el Consejo Nacional de Defensa y las naciones que reconocieron finalmente el gobierno de Franco. No se salva nadie, salvo Negrín, “a pesar de sus dos errores: su manejo de la Flota y su estrategia de jugar en solitario”. El peor parado resulta Casado, al que convierten en deus ex machina negativo, verdadero Iscariote de la Pasión de la República crucificada. Para subrayar mejor su supuesta perfidia, los autores han incluido la entrada “Casado, embustes” en el índice analítico, y califican al coronel de mendaz, y traidor. Literalmente escriben que “resolvió su problema personal precipitando una auténtica hecatombe” como si en lugar de tener que exilarse durante treinta años hubiese obtenido jugosos réditos. Los autores llegan incluso a imputarle la intención de entregar a Franco a los miembros del gobierno Negrín que “de haber caído en manos de Casado es más que probable que hubieran servido como moneda de cambio. Sobre el destino que les hubiera aguardado, no existe duda alguna”. Para hacer más odiosa esa imputación, recuerdan cómo la Gestapo entregó a Companys a los engranajes criminales de la justicia de Franco. Tampoco tienen empacho en calificar como “perro de presa” a Cipriano Mera o a “Stepanov”.
Dada la importancia que reservan a Casado —a cuya propia leyenda negra tanto viene a contribuir esta obra— no se entiende que los autores no nos aclaren en ocasiones cuál de las dos versiones de sus memorias utilizan, si las inglesas de 1939, o su manipulada versión española.
La abundancia de datos puede llegar a ocultar la información crucial. Los autores han analizado correctamente algunos episodios pero dejado de lado aspectos fundamentales, siendo el primero de ellos el protagonismo del miedo y la desinformación, aunque sí reconocen la capacidad de Negrín para desconcertar a los suyos con sus silencios. En 2009 quizá podamos especular sobre las intenciones del doctor en virtud de éste u otro papel, pero en 1939 el hermetismo de Negrín alimentó toda suerte de bulos.
Aciertan también Viñas y Hernández al considerar la trascendencia catastrófica que tuvo la dimisión de Azaña en su contexto y al destacar la importancia que tuvo la declaración del estado de guerra en la zona republicana, reforzando el poder militar.
Es excelente el índice analítico y muy interesantes las fotografías. Se echan en falta más epígrafes en los capítulos y un cuadro cronológico. Sólo un especialista bien informado de los antecedentes podrá exprimir todo el jugo de esta obra, y no pasarán de veinte las personas que realmente comprendan las grandes cualidades y los fallos —que no detallaremos aquí— de un trabajo destinado a ocupar un lugar relevante en la historiografía.
Está demostrado que la mejor forma de recrear una situación histórica consiste en tratar de ponerse en el lugar de sus protagonistas. ¿Cómo actuaron y en función de qué impulsos, de qué datos? ¿Qué sabían? ¿Qué creían saber?
Quisiera concluir con una afirmación optimista y es que estamos viviendo en los últimos años un cambio muy positivo en la ciencia histórica. La revolución tecnológica ha transformado en gran medida tanto el ámbito de la documentación como el de la difusión y publicación de los datos y ahora existe la posibilidad de consultar fuentes antes ocultas o de difícil acceso. En este sentido el trabajo de Viñas y Hernández confirma la idea básica de que las obras por venir acabarán pronto por dejar obsoletos todos los trabajos hasta ahora realizados.
La importancia de ese anexo documental —en particular las dos versiones del informe del buró político del PCE a Stalin— merecerá cuidadosas valoraciones ya que no sólo afecta a la Guerra Civil sino al periodo de la alianza entre Hitler y Stalin.
En lo que se refiere a los análisis, los autores clarifican las complejas relaciones de Juan Negrín con el PC a la luz de los citados aportes documentales y de otras fuentes como el archivo Negrín en París. Otra de sus pretensiones consiste en demostrar la debilidad del PC español al final de la guerra. El trabajo ha sabido aprovechar también recientes ediciones de testimonios como el de Stoyan Minev (“Stepanov”), las memorias restauradas de Cordón —a cargo del propio Viñas— la monumental edición de las memorias de Azaña a cargo de Santos Juliá, entre otros.
Los autores juegan con las cartas boca arriba y manifiestan sus filias –Juan Negrín, al que comparan con De Gaulle y Churchill, nada menos, y al que califican de grand seigneur— y sus fobias: la historiografía franquista, Casado, el Consejo Nacional de Defensa, Besteiro y… Stanley Payne. Toda la estructura de la obra se realiza de una forma negativa y reactiva: no se trata tanto de afirmar como de desmentir, corregir, replicar e impugnar.
Por otra parte, los autores no han pretendido reconstruir el final de la Guerra —se remiten al trabajo de Ángel Bahamonde y Javier Cervera Así terminó la guerra de España, Marcial Pons, 1999. Se dedican, más bien, a reducir a añicos la leyenda negra de Negrín, labor de rectificación en la que está empeñado Viñas desde los albores de su ya extensa bibliografía, y en que le acompañan los trabajos de Santiago Álvarez, Jackson, Miralles, Moradiellos, etc. Más discutible es su pretensión de explicar los sucesos del final de la Guerra cargando las tintas contra Azaña, Besteiro, Buiza, Martínez Barrio, el Consejo Nacional de Defensa y las naciones que reconocieron finalmente el gobierno de Franco. No se salva nadie, salvo Negrín, “a pesar de sus dos errores: su manejo de la Flota y su estrategia de jugar en solitario”. El peor parado resulta Casado, al que convierten en deus ex machina negativo, verdadero Iscariote de la Pasión de la República crucificada. Para subrayar mejor su supuesta perfidia, los autores han incluido la entrada “Casado, embustes” en el índice analítico, y califican al coronel de mendaz, y traidor. Literalmente escriben que “resolvió su problema personal precipitando una auténtica hecatombe” como si en lugar de tener que exilarse durante treinta años hubiese obtenido jugosos réditos. Los autores llegan incluso a imputarle la intención de entregar a Franco a los miembros del gobierno Negrín que “de haber caído en manos de Casado es más que probable que hubieran servido como moneda de cambio. Sobre el destino que les hubiera aguardado, no existe duda alguna”. Para hacer más odiosa esa imputación, recuerdan cómo la Gestapo entregó a Companys a los engranajes criminales de la justicia de Franco. Tampoco tienen empacho en calificar como “perro de presa” a Cipriano Mera o a “Stepanov”.
Dada la importancia que reservan a Casado —a cuya propia leyenda negra tanto viene a contribuir esta obra— no se entiende que los autores no nos aclaren en ocasiones cuál de las dos versiones de sus memorias utilizan, si las inglesas de 1939, o su manipulada versión española.
La abundancia de datos puede llegar a ocultar la información crucial. Los autores han analizado correctamente algunos episodios pero dejado de lado aspectos fundamentales, siendo el primero de ellos el protagonismo del miedo y la desinformación, aunque sí reconocen la capacidad de Negrín para desconcertar a los suyos con sus silencios. En 2009 quizá podamos especular sobre las intenciones del doctor en virtud de éste u otro papel, pero en 1939 el hermetismo de Negrín alimentó toda suerte de bulos.
Aciertan también Viñas y Hernández al considerar la trascendencia catastrófica que tuvo la dimisión de Azaña en su contexto y al destacar la importancia que tuvo la declaración del estado de guerra en la zona republicana, reforzando el poder militar.
Es excelente el índice analítico y muy interesantes las fotografías. Se echan en falta más epígrafes en los capítulos y un cuadro cronológico. Sólo un especialista bien informado de los antecedentes podrá exprimir todo el jugo de esta obra, y no pasarán de veinte las personas que realmente comprendan las grandes cualidades y los fallos —que no detallaremos aquí— de un trabajo destinado a ocupar un lugar relevante en la historiografía.
Está demostrado que la mejor forma de recrear una situación histórica consiste en tratar de ponerse en el lugar de sus protagonistas. ¿Cómo actuaron y en función de qué impulsos, de qué datos? ¿Qué sabían? ¿Qué creían saber?
Quisiera concluir con una afirmación optimista y es que estamos viviendo en los últimos años un cambio muy positivo en la ciencia histórica. La revolución tecnológica ha transformado en gran medida tanto el ámbito de la documentación como el de la difusión y publicación de los datos y ahora existe la posibilidad de consultar fuentes antes ocultas o de difícil acceso. En este sentido el trabajo de Viñas y Hernández confirma la idea básica de que las obras por venir acabarán pronto por dejar obsoletos todos los trabajos hasta ahora realizados.
La Aventura de la Historia, nº 135, enero 2010, págs. 68 y 69