martes, 1 de enero de 2008

LA TIERRA DEL BREVE PIE. José María Solé.


José María Solé, La tierra del breve pie: los viajeros contemplan a la mujer española, Madrid, Veintisiete Letras, 2007, 296 págs., 21 euros.
UNA VIEJA Y ENRAIZADA ATRACCIÓN
El último y muy entretenido trabajo de José María Solé consiste en un variadísimo compendio de testimonios acerca de la mujer española. El símbolo de esa mirada es el título del libro, La tierra del breve pie; y es que muchos extranjeros fantaseaban sobre la pequeñez del pie de las españolas, o le concedían una importancia social que rondaba el fetichismo.
Solé mira cómo otros nos miraron, cómo otros nos vieron. Sin pretensiones científicas ni bibliográficas, esa obra no es un remedo de los clásicos de Farinelli, García Mercadal o Juderías, sino que consiste en un centenar de textos, traducidos al español en su casi totalidad por el propio autor y pertenecientes a obras imposibles de hallar fuera del estrecho marco de las bibliotecas especializadas.
Del centenar de testimonios, sólo tres son femeninos, así que sobreabundan las miradas masculinas que van desde la misoginia hasta la rendida adoración. Rememorando el bicentenario de 1808 resultarán particularmente interesantes los recuerdos de aquellos británicos que vinieron a servir en la Peninsular War.
Algunos testimonios llaman la atención: todos los autores insisten en que los celos eran una materia del pasado, que en realidad el marido español era poco celoso y los celos más bien atributo de los amantes… Otro aspecto muy ponderado es la mezcla tan española de lo profano con lo divino o el hecho de que las castellanas no perdieran la titularidad de sus bienes al casarse. También hay visiones contradictorias y otras parecen dudosas o tan ridículas que resultan divertidas.
Un testimonio proporciona mucha información acerca del testigo; leyendo este libro nos sumergimos en la idiosincrasia de los europeos a lo largo del tiempo. Parte del placer de esta obra se debe a la vitalidad de textos cuyos autores se fijaban en elementos atractivos: vestido, colores, modas, actitudes, bailes, flores en el peinado, andares... Algunos elementos van cambiando al alimón de las modas, y otros han permanecido. Pensemos que Marcial hablaba ya de las castañuelas y de los bailes andaluces hace dos mil años…La cuidadosa elección de los textos impide que el libro sea un mero compendio de clichés; antes bien, nos invita a hacernos preguntas acerca de lo que creemos saber sobre nuestras abuelas y antepasadas, es decir, sobre nosotros mismos, nuestra esencia y nuestro devenir.
Luis Español
La Aventura de la Historia nº 112, febrero 2008, pág. 48

EL MUNDO CLÁSICO. Robin Lane-Fox.




Robin Lane-Fox, El Mundo Clásico, Barcelona, Crítica, 2007, 840 págs. 36 euros

NUEVA MIRADA SOBRE LA ANTIGÜEDAD: una modélica muestra de la mejor producción historiográfica anglosajona.
Los libros gordos siempre despiertan el temor al mamotreto. Sin embargo el voluminoso ensayo de Robin Lane-Fox es una obra que no sólo se lee sino que se disfruta. No hay novela de Dumas que pueda compararse con la intriga que se va desarrollando a lo largo 56 capítulos que cubren mil años de historia, desde los albores de la cultura griega hasta Adriano. Los lectores más exigentes disfrutarán con la nota oportuna y las innumerables cuestiones que el autor va planteando a lo largo de 718 páginas de texto, sin contar otras cien de notas, bibliografía e índices. Todo el circo de la Antigüedad greco-romana desfila ante nuestros ojos: Homero, Atenas y sus filósofos, Esparta, los Persas, Alejandro, la India helénica, los elefantes de Pirro, Aníbal, los Gracos, Pompeyo, batallas, efebos, academias, emperadores, orgías, historiadores, matronas, mártires, héroes y prostitutas. Sólo por eso, merecería la obra de Lane-Fox considerarse como uno de los grandes libros del año. Pero hay más; a lo largo de su trabajo, el autor reflexiona constantemente sobre conceptos como “libertad”, “justicia” y “lujo” y su relato está lleno de enseñanzas acerca del hoy y quizá del mañana. La actual descristianización, paralela al culto al cuerpo y a la juventud, nos aproxima cada vez más al perdido mundo de Antinoo. La pasión por el Hipódromo ¿no era un precedente de nuestro fútbol? ¿Y acaso no vivimos hoy, como en la Roma imperial, una elección entre libertad y orden?
La gran cualidad de la historiografía británica consiste en la seguridad de sus autores, que no teniendo ya que demostrar nada, se permiten escribir con fluidez, libertad y un sentido del humor que siempre se agradece. Al maestro británico no le importa pasar por excéntrico y nos confiesa que le gustaría ser enterrado en algún lugar de Macedonia en compañía de sus caballos o se permite calificar a Julio César como “dictador funesto”, opinión tan discutible como bien argumentada. Es igualmente criterio personalísimo del autor no ir más allá de Adriano o dedicar mucho más espacio a Plinio el Joven que al emperador Tiberio. Lane-Fox insiste en una visión personalista de la Historia: los acontecimientos parecen depender más de voluntades individuales que de tendencias y estructuras previsibles.
Texto tan enjudioso merecía una buena traducción, y la mitad por lo menos del placer de la lectura se debe a la excelente versión de dos grandes profesionales, Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón.

Luis Español
La Aventura de la Historia nº 111, enero 2008, pág. 117